Se ha afirmado que en la obra fotográfica de Humberto Rivas todo es retrato: gente, animales, muros, antiguos locales comerciales, oscuros rincones, flores marchitas y frutos en penumbras, atuendos antiguos, interiores solitarios, paisajes urbanos y fragmentos de naturaleza. Y es fácil comprobarlo ya que cada motivo en el que Rivas posó su mirada con la determinación de fotografiarlo, fue sometido a la densificación espiritual, formal y material que caracterizó la manera de construir sus elaboradas y conmovedoras imágenes. La falta de personajes en arquitecturas derruidas o en espacios deshabitados otorgó a estos asuntos un espesor metafísico. Plenos de silencio meditativo, la esencia de la mortalidad se condensó en ellos mediante la ausencia, edificando la metáfora de una condición sujeta al paso del tiempo y a una fragilidad que se proyecta sobre los afanes humanos con los que se consubstancia.
Sin embargo, la extensa galería de retratos, ahora sí de seres vivos –género en el que Rivas encontró su propia voz para la creación fotográfica–, exuda presencia vital, carnalidad, personalidad,