Conviene aquí recurrir nuevamente a la palabra de Schnaith sobre estas ruinas conmemorativas rescatadas por Rivas:
“Son vestigios de algo que no vive pero tampoco ha muerto, aun espera, en latencia, ser visto: el olvido, obra del tiempo que borra casi todo, arrinconó sus restos en los pliegues de un paisaje, en las arrugas de rostros descartados que todavía renacen, calladamente, ante los ojos de un espectador –sino un actor de aquellos hechos– sensible a las improntas del pasado y más aún de un pasado trágico que dividió a un pueblo y sumergió su memoria colectiva en las aguas revueltas de un enfrentamiento todavía latente.”
Fantasmas de la historia que Rivas, sobre todo por ser argentino, sabía muy bien que convenía que fueran conjurados. Un legado punzante, pero a la vez amoroso, a la tierra que supo acogerlo.