A través del personaje de Fragilina,
Yente se definió no como artista, sino como “maestra de labores y bordadora por vocación”.
Desentendiéndose de la presión de realizar “grandes obras” ni buscar la “consagración”, se sintió libre como para incorporar a sus creaciones artesanías propias del universo doméstico femenino. Así es como los textiles ingresaron en su producción, fueran elaborados por ella misma o como fragmentos de telas, hilos, encajes, puntillas y adornos encontrados que, incorporados a sus collages, desempeñaron roles importantes.
Siguiendo la senda abierta por pioneras como Sophie Taeuber-Arp y Sonia Delaunay –que a comienzos del siglo XX buscaron alternativas a la pintura tradicional al tiempo que reivindicaban y actualizaban los oficios–, entre 1957 y 1958 Yente realizó una serie de tapices bordados que presentó en Galería Heroica.
Córdova Iturburu señaló que eran el resultado de “[...] una mezcla feliz de hilos de lana y pintura.”
Efectivamente, a pesar de su carácter textil, estas piezas, al ser contenidas por un marco, conservan una firme sujeción al “formato cuadro”. Más aún, el modo de emplear la pintura lo subraya: no solo rodea los motivos hechos con lana, sino que en ocasiones los interviene. Se diría que la artista utilizó la técnica del bordado como una forma alternativa de aplicar el color, cuya riqueza también fue destacada en el comentario crítico.