Se han localizado seis de estos trabajos y en alguna foto de la exposición pueden distinguirse por lo menos tres más. En todos ellos prevalecen composiciones de raíz constructiva que se desvían, sin embargo, de una geometría rigurosa. En Tapiz N° 4 (1957) y Composición (1958) pareciera que la artista siguió, hasta cierto punto, la perpendicularidad de la urdimbre. El último mencionado retoma el diseño de las témperas y relieves de inspiración precolombina de los ’40, aunque acrecienta la saturación y la luminosidad de las bandas bordadas que, agrupadas por su dirección, traban zonas horizontales y verticales. Por su parte en el Tapiz N° 2 (1957) prevalecen las diagonales, sobre todo en la retícula lineal superpuesta a los planos de color.
Paralelamente, resultantes de planteos menos restringidos, realizó obras donde la imagen es compartimentada por múltiples zonas irregulares de superficie reducida que las acercan a sus pinturas del expresionismo abstracto. No obstante, aún resuenen en ellas los aires del textil americano, especialmente en Tapiz (c. 1958), donde predominan pardos y grises, tonalidades que armonizan con las de un fondo crudo, de tela sin trabajar.
Sin duda esta progresiva liberación alcanzó su plenitud en dos composiciones de 1958, Tapiz N° 5 y Tapiz N° 6. Allí, con hilos de lana de vibrantes y diáfanos rojos, amarillos y azules, imitó el azar de salpicaduras