y chorreados, que orgánicos y vitales, se destacan en luminosos campos compuestos por manchas de óleo blanco y fragmentos del soporte desnudo, cada cual aportando su propia textura. Llevados a cabo en la misma época que sus pinturas gestuales sobre papel,
tienen la misma lógica que aquellas: transforman en meditada y detenida –la tarea de punto lo exige– una gestualidad por naturaleza rápida y espontánea, tratada con tintes de gama radiante, que contraría los oscuros y dramáticos tonos de la poética informalista. Casi se podría afirmar que Yente se planteó una versión “descentrada” y por lo tanto subversiva, de una tendencia que establece sus cánones a partir de una producción masculina,
que adhiere a lo polimatérico como recurso principalísimo y trata de desbordar las técnicas tradicionales de la pintura echando mano a toda clase de elementos, incluyendo el desecho. Este movimiento de ninguna forma concibe como parte de su horizonte "las labores de aguja", menos aún si estas contribuyen a una amable y optimista, aunque sensual, interpretación de una estética más vale aguerrida.
A partir de los años 60 la artista ya no empleó textiles de propia confección, sino que realizó collages en los que incluyó géneros encontrados, explotados en sus capacidades expresivas y alusivas. Restos de trapos, puntillas, encajes a bolillo, galones y toda clase de aderezos antiguos, provenientes de prendas de vestir o destinadas al hogar –sábanas,