En la segunda mitad de los ‘70 comenzó un conjunto imágenes donde, por medio de trapos desgarrados y arrugados, simuló los accidentes de la corteza, de las ramas y del follaje de un árbol. En
Sin título (1976) y
Los troncos (1980), que son las que más se acercan a la abstracción, los tejidos actúan más como una sugerencia que como una representación. En el resto, de carácter decididamente figurativo, traza un itinerario que recorre el ciclo vital transcurrido entre la plenitud, la declinación y la renovación, que en su tratamiento expresionista, alcanza resonancias dramáticas: Yente recoge los furores de muerte que arrasaron Argentina y Chile para destilarlos en imágenes poéticas.