artista incorporó los largos fósforos con que Del Prete encendía su pipa –Duomo L'Annunciata (1962), Duomo-Milano y El cónclave a la muerte de Juan XXIII (1963)– o los envoltorios de golosinas que tanto le gustaban –Recuerdo de Sorrento y Albisola (1963), El Juicio Final. El cielo de los Bienaventurados (1964).
En gran medida estos trabajos fueron llevados a cabo durante los viajes a Europa realizados para atender las muestras en que Del Prete estaba empeñado. El lugar de producción de Yente era reducido, tanto en tiempo –asistía a su marido– como en espacio. Como Del Prete, para hacer su obra, se desplegaba con holgura, Yente se veía reducida al exiguo perímetro de una mesa de luz; de ahí el formato de estas piezas que rara vez superan los 70 centímetros de lado. En la valoración de estas expresiones, que en principio podrían calificarse como menores, cabe considerar lo observado por la crítica feminista Gisela Ecker, cuando afirma
“[...] que muchos rasgos del arte de mujeres que se originaron en sus consabidas desventajas fueron invertidos y transformados en instrumentos creativos por ciertas mujeres que, deliberadamente, se instituían en sujeto y objeto de la expresión artística. La integración de lo que he llamado ‘discurso de la mesa de la cocina’ en la escritura (incluso académica), las diversas maneras de abstenerse de la competencia, la actitud de quebrantar las jerarquías en todas las formas