En el amplio y descuidado salón de pisos en deplorable estado de abandono y paredes despintadas de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, esa valiosa artista que es Yente expone un nutrido conjunto de obras –pinturas y algunas estructuras– realizadas desde 1937 hasta nuestros días. Frente a esta serie de obras totalmente no figurativas, que sitúan a Yente entre los precursores de la abstracción en el país, frente a la dignidad y a la originalidad de su visión, la vastedad de recursos de su técnica, su fértil y original fantasía y las evidencias de su afinada sensibilidad, no se comprende, en realidad, donde pueden residir las causas de que su nombre no goce de una mayor difusión [...]. Pero, sean cuales fueren esas causas, lo cierto es que sus estructuras y sus relieves en blanco o coloreados y sus pinturas, desde sus pequeños y encantadores óleos de 1937 a sus vastas composiciones más recientes, su labor de alrededor de veinte años, en una palabra, nos pone en presencia de una artista –como lo hemos subrayado en más de una oportunidad– de méritos nada corrientes, original en su espíritu y su expresión, técnica y estéticamente calificada y realizadora de una obra tan valiosa por esos méritos intrínsecos como por la noble suma de apasionada consagración que ella implica.