Los elementos aparentemente más inocentes, adquieren una potencialidad impensada merced a una asociación perversa, como la que puede darse entre aerosoles y encendedores. El ajedrez –que simboliza la guerra– tiene reglas precisas. Al suprimir los escaques pierde sus pautas y se desnaturaliza como juego, para convertirse en metáfora de la violencia desmedida que parece apoderarse del mundo. Tomados del ámbito del consumo o construidos ex profeso, los objetos adquieren diversa expresividad por modificación de contexto o actitud. Así, pequeñas y frágiles sillas, pueden dar pie para que la imaginación complete una historia apenas insinuada.