Cuando en 1968 trata el volumen exento, Distéfano va a ser considerado escultor. Y lo es a partir de que concibe sus obras espacialmente sobre el papel, las modela en arcilla y las realiza, molde mediante, en poliéster reforzado. Pero hay algunos gestos por los que parece no querer alejarse de la orilla de la pintura. El color, que primero aplicó en la superficie –y a partir de El baño integró a la materia– y que a veces emplea como dato independiente de las formas que adjetiva, tiene gran importancia y está tratado con técnicas pictóricas: transparencias, modulaciones, superposiciones y sustracciones. Tampoco ha dudado en incorporar el collage, cargando las superficies de sentidos. La remisión de varias de sus obras a ejemplos y géneros pictóricos es proverbial: Florero roto en 1890 y El insaciable son buenos ejemplos de naturaleza muerta, Di doman no c'é certezza y En simultáneo, de paisaje. Quizás su mayor triunfo sea la síntesis entre ambas disciplinas, puestas al servicio de contenidos que invariablemente nos involucran desde la historia y desde la emoción.