En contadas ocasiones el dibujo no es para Distéfano antecedente o consecuente de otra obra, ya sea una pintura-relieve o una escultura. Son pocos los casos exclusivos y están reservados a captar la efigie de algunos afectos, como el retrato de su esposa de 1956 y el de Obdulio Gambaro, amigo y cuñado, realizado en 1981. El resto de los innumerables grafitos, tintas, sanguinas, puntas de plata, por mencionar algunas técnicas que utiliza, están dedicados a pensar a través de la línea, el grafismo y el sombreado, los detalles de una escultura: su estructura, sus visuales, sus direcciones y tensiones, sus texturas y casi, hasta su color. Dueño de una acabada técnica, la apariencia clásica de sus dibujos hace de ellos la prueba más categórica de su relación con la escultura, porque exhiben con extraordinaria contundencia la corporeidad de los volúmenes, el espacio que las figuras generan y pueblan. A veces, alguno de estos trabajos es el luminoso sobreviviente de un proyecto escultórico insatisfactorio, como la versión de 1979 de En el río al atardecer.