vez “claro en sí mismo”. Siempre busco que, entre quien mira y yo, haya algún punto de encuentro, en el sentido de que el espectador que contemple mis objetos sienta que eso “se puede hacer”; quiero decir: qué él lo podría hacer. Que “otro”, no yo, lo podría hacer. Un punto de encuentro táctil, casi manual te diría, entre el que mira y el que ejecuta materialmente la pieza. Otra vez te digo que esa es una clave utópica para mí; generar un modo de receptividad según la apariencia de un objeto que pudiera ser hecho, incluso pensado, por alguien ajeno totalmente a la práctica artística. Un objeto de percepción sin permisos –todos necesitamos permisos, ¿viste?– donde el otro tenga la posibilidad de entrar al juego, y que adentro del juego se las arregle, que ya no es asunto mío.
[…] E.S. - Ahora bien; se podría hacer una especie de iconografía básica de elementos físicos y simbólicos constatable a lo largo de toda tu vasta producción, y de ciertos modos muy claves, y muy singulares: el contorno del ave –recortada, quemada–, el broche, la “K”, las cajas y cajitas, la rayuela, el laberinto... El quemado, por ejemplo, no sólo de lo quemado por el fuego sino la quemazón de la lavandina aplicada sobre la tinta negra; las piedras, etc. Y también deberíamos subrayar el uso de implementos y herramientas, tanto en el sentido de su utilización para la producción de las piezas como de su aparición casi como obra en sí mismas...
R.E. - Para mí, lo importante es la herramienta como idea. Y la idea como herramienta. Eso que produce la transformación de las cosas. Una