[…] Después armé la historia de la ballesta hecha con broches, y más adelanté encontré un extraño broche de plástico quemado en la calle y me lo llevé; después el broche fue la alusión a la figura humana acostada –la mitad del broche–, en fin... la cosa es que un día se me ocurre anotar todas las situaciones diferentes en las que había utilizado el broche en unas tarjetas chicas, como de oficina, y al contar las tarjetas veo que suman 32. Entonces me acuerdo que Juan Gelman dice que, según la tradición, la letra 32 del alfabeto hebreo está perdida, pero que, según el mismo texto, un día va a aparecer. Entonces cuento y veo que el 32 es la V, un broche abierto, patas arriba. Y el 32 duplicado es 64, y son 64 los caracteres del I-Ching. Entonces se me ocurre la idea de cruzar la Cábala hebrea con el I-Ching, fabricando un mazo de cartas. Para tirarlas, como se tira el Tarot. Tomo las 32 tarjetas con las situaciones de los broches y las convierto en las 32 cartas de ese mazo. Y empiezo a practicar la tirada de esas cartas con mi hermana, sus amigas, etc. Entonces sale una carta y empiezo a hablar totalmente entregado a la situación y la persona me escucha al principio como jugando, pero de repente hay un hecho o una historia que ella vivió y que por algo que yo digo le resuena, y que de pronto se liga con esto o con esto otro y, otra vez por esa permeabilidad a la coincidencia que tienen las cosas, algo como profético se les arma en la cabeza y se ponen totalmente serios (risas) ¡Porque piensan qué se ha producido no se sabe qué, y yo me mato de risa! Y eso es muy importante, y te digo por qué...