estructura biológica como psíquica– aparece en toda la obra de Gai, aunque en esta etapa cobró un sentido luctuoso. Esto no es casualidad dado que el cuerpo sirvió como instrumento para la crítica ante determinadas polémicas que se dieron cita en nuestro país por aquellos años, a saber: violencia, H.I.V., manipulación por parte de la ciencia, entre otros tópicos. Lo corporal conformó un territorio en donde trabajar cuestiones referidas a la enfermedad, la memoria, así como hechos traumáticos de nuestra historia reciente, nos referimos al secuestro, la tortura y la desaparición de personas durante la última dictadura argentina.
Hacia 1996 Gai comenzó a dar volumen a órganos tejidos, que cobraron firme corporeidad gracias a la técnica de endurecimiento con almíbar. Los órganos estaban representados con anomalías, denotando alguna clase de dolencia, lo que llevaba a meditar sobre lo precario de nuestro acontecer. En una sociedad en donde la enfermedad y la muerte eran temáticas tabú, la artista nos enfrentaba con los propios límites ante la angustia por el final. Y, sobre todo, ante el drama que tiñó la segunda mitad de los ’80 y los ’90: el SIDA, nueva patología que en aquella época se presentaba como gravísima, mortal a muy corto plazo, y que expuso, frente a su virulencia, lamentables prejuicios arraigados en nuestra sociedad, en particular ante los entonces denominados “grupos de riesgo”. En momentos en que el estado se mostraba ausente a la hora de proveer