soluciones ante enfermedades menos complejas, en esos años quedó una vez más en evidencia el trasfondo político y económico que atravesaba al SIDA y su tratamiento.
La técnica empleada por la artista para dar volumen a los órganos y figuras que urdía, la transformó en una alquimista de lo íntimo: su taller era el laboratorio, su sustancia, los hilos. Al respecto, Adriana Lauria señaló:
“En 1996, crochet mediante, inauguró la serie de los órganos humanos: un corazón que junto con dos camisones bordados integraba la instalación que presentó en la muestra
Tributo a Frida. Este fue su primer objeto íntegramente tejido y endurecido cociéndolo con azúcar (por generaciones, tías y abuelas emplearon este procedimiento, con el que modelaban básicamente canastitas y otros elementos de la liturgia hogareña). La serie se completó con pulmones, úteros, estómagos, columnas vertebrales. Con lurex dorado –una fibra que contiene hilos metálicos– tejió
Lluvia dorada, compuesta por vejiga y riñones. Con este título cerraba el círculo conceptual en el que confluían materiales, formas y funciones.”
En 1997, tras su ingreso a la beca Kuitka, comenzó a tejer piezas de pared: órganos a crochet pero en un solo plano y de considerable tamaño, se extendían por los muros de los lugares de exhibición. A su vez, un año más tarde, experimentó con el carbón para la cocción de sus trabajos