Expuestos al silencioso escrutinio del espectador, los órganos recreados por los objetos de Silvia Gai señalan insistentemente la ausencia del cuerpo en el que se funda su sentido funcional y vital.
Permeables al espacio circundante, descansando sobre repisas o suspendidos de manera inerte, sus límites ceden física y conceptualmente al entorno, que los penetra exhibiendo su incompletud y su fragilidad.
El conflicto resuena en la estructura interna de los objetos, donde lo orgánico y lo inorgánico, la forma y lo informe, lo industrial y lo artesanal, son protagonistas de tensiones originadas entre el cuerpo al que aluden, sus representaciones y sus saberes.
Los esquemas anatómicos se desdibujan frente a estas imágenes deliberadamente imperfectas. Porque los objetos presentan deformaciones cada vez más notorias; son órganos enfermos o víctimas de una extraña mutación genética. Sus límites se expanden, su tamaño crece, sus figuras se hacen irreconocibles. Su identidad se diluye en un entramado ambiguo e impreciso.