Pero ciertos detalles sugieren otras lecturas. El desmesurado tamaño de algunos de estos objetos parece advertir sobre las monstruosidades que pueden resultar de determinadas manipulaciones genéticas, tema central de uno de los más apasionantes y controvertidos debates actuales. Sin duda la artista plantea, como en otras ocasiones, los límites éticos de la operatoria científica. Para ello se erige ella misma en demiurgo, y remeda a la naturaleza, generando desde una unidad elemental, aquí constituida por el punto, un largo y paciente proceso de multiplicación, combinación y ensamblado.
Pone límite a su laboratorio creativo, disponiendo la instalación de sus especímenes en un simulacro de museo de ciencias naturales, del que esta exhibición podría ser una sala dedicada taxonómicamente a los cnidarios y equinodermos, familias de organismos multicelulares cuya característica común además de su dependencia y adaptación al agua, radica en el desarrollo de sistemas defensivos que operan mediante glándulas urticantes o cadenas de espinas. En ella se han dispuesto el enorme ejemplar de la estrella de mar disecado y el modelo reconstruido de medusa. Ambos casos provocan una doble ilusión: la vida, fingida, porque para llegar a un lugar que no recree las condiciones naturales, los ejemplares deben estar muertos, y la muerte, fingida también, porque estos no son más que objetos, sujetos de una mera representación.