Acercarse a la obra de Silvia Gai, que se expone ahora en la Galería Diana Lowenstein, implica despojarse de ese esquema de jerarquías. La artista recupera esa práctica para poner en escena hondas preocupaciones ligadas a la inquietud que produce el cuerpo, el dolor y la enfermedad. Gai teje grandes objetos y esculturas punto Santa Clara y croché, colorea sus tramas con derrite y las endurece con cola, carbón activado o baño de azúcar.
Sus deformaciones patológicas se sitúan entre la seducción del ornamento doméstico y aquello que acecha diariamente y nos llena de temor. Como las obsesiones, en el universo de Gai, las imágenes manuales de biología y laboratorio, crecen de manera imparable y se apoderan rotundamente del espacio.