terrorismo de estado, cuyas consecuencias, aún hoy, luego de treinta años, siguen conmoviendo las entrañas mismas de la sociedad argentina.
La conmemoración de la violencia -otra forma de padecerla-, es el tema que señorea el conjunto de obras conocidas como "las armas". La escala sobredimensionada de las realizaciones en poliéster o la apariencia metálica -paradójicamente lograda con cartón policromado- pone de relieve la agresividad potencial de manguales, alambres de púas, custodias, espadas, estiletes, clavos, mazas o cepos. En estos últimos objetos el artista sopesa además, como siempre sin concesiones, una precariedad recurrente: los marca con leyendas que aluden a la industria nacional.
Al retomar la figura humana, durante la segunda mitad de los años 80, los símbolos se vuelven gesticulación. Un universo de hombrecillos ridículos, quiméricos, estúpidamente crédulos y malignos pueblan su escultura. Les levanta, primero en yeso y últimamente en bronce, pequeños monumentos destinados a seres igualmente pequeños tanto en estatura física como en discernimiento ético. Contraría así todas las convenciones de la estatuaria tradicional, a pesar de echar mano al repertorio de los modos clásicos de representación.
Les aplica una sintaxis que fragmenta, descompone y reensambla; que parodia la solemnidad de los modelos originales y atraviesa a sus grotescas criaturas con un humor sarcástico e impiadoso.