La arquitectura, presente en la escultura de Gómez de una manera u otra, es protagonista excluyente de un conjunto de piezas realizadas entre 1983 y 1995. Los ornatos clásicos que contextualizan a los personajes de su última producción, componen una heráldica de Buenos Aires. Las ménsulas, cornisas, columnas, arcos, balaustres, cariátides o atlantes, evocan el eclecticismo de los antiguos barrios de la ciudad y su empleo no sólo teje un significativo escenario de acciones y reflexiones, sino que insiste en sugerir un ejercicio de memoria al que la idiosincrasia nacional parece resistirse, y que por eso mismo se remarca como necesario.
En cada elección de materiales y de formas, en cada acto que consagra la dimensión ética del buen hacer, en la actitud reflexiva y distante, en el grito desesperado, en el doloroso reconocimiento de la inadecuación existencial, en el ejercicio conmemorativo o en el jugueteo burlón, Norberto Gómez se inscribe en una tradición de escultores argentinos contemporáneos que como Libero Badii, Aldo Paparella, Enio Iommi, Alberto Heredia, Emilio Renart o Juan Carlos Distéfano, han abierto bien los ojos para mirarnos y más aún para representarnos.