"...encontré estas sillas en un recreo del Tigre, El Galeón de Oro, construido en los '60 con toda una mezcla de modernismo progre y kitsch" –contaba Liliana Maresca en una carta– "Fue intervenido por la dictadura siendo descuidado y saqueado... estas sillas, como muchas otras cosas, al ser descuidadas se mojaron, inundaron, les llegó el tiempo de la descomposición. Cuando las vi me hicieron sentir un deterioro universal, una cosa de la soledad frente a otros, un mirarme en un espejo y ver nada más que mi cara... Una sudestada de aquellas y baja (o sube) la camalotada con víboras y todo, y al otro día de todo ese vendaval quedamos así, esqueleto solo, sin pintura, sin ropa. Una caricatura..." [...]
Rodeada de una naturaleza en exhuberancia, en El Galeón de Oro –es posible un nombre que atesore más?– Maresca repite la poética del hallazgo, del "encuentro fortuito" entre su mirada y un paisaje. Lo que se llevó –el viento, convengamos– es ahora traído a los ojos. A la diversidad polifónica y bulliciosa que nos viene en mente, le ha sucedido una serialidad opaca, de rumores, una insistencia de esqueleto. La imagen lo satura todo, encandila la mirada; como una mística en el desierto, o un monje frente a la arena rastrillada, Maresca tuvo su visión. Apasionada, ha transportado y conservado estos restos que ahora –sin embadurne ni modificación estética alguna– exhibe ritualmente.