Tiemblan los propietarios por la proliferación incontenible del cirujeo. Pero este lumpen en ascenso es el protagonista de la nueva Argentina.
Las últimas categorizaciones teóricas que hablan con devoción del fragmento y del reciclaje, no hacen otra cosa que aludir al populoso ejército crepuscular de cartoneros que se ocupa de darle destino económico a las quince mil toneladas diarias de basura que desecha el conjunto de los hogares nacionales.
Quisiera Liliana Maresca cambiar el patriótico gorro frigio por otro no menos patriótico carrito, de tracción a sangre, como los que usan los cirujas urbanos. Pero es una artista y trabaja con el artificio.
El objeto que fabrica la escultora es obviamente el más acabado símbolo argentino. Y sus modelos a escala, espléndidos souvenirs.
El carrito es también fuente de deseos y ruegos al dios privado de los cartoneros. Un gigantesco exvoto para agradecer la basura recibida y pedir que nunca se acabe.
Luego vendrá la crítica de arte para decir que los artistas trabajan siempre con desperdicios, con los restos (de la cultura); que no hacen más que buscar un nuevo orden, o un nuevo caos.