La causa del olor era la chapa de esos ataúdes –obviamente usados varias veces–, impregnada por la descomposición de la carne. Hubo que curar cada ataúd con fuego. Liliana Maresca convirtió eso en un ritual, en otra obra. Curados los ataúdes, después de haber inquietado y esperanzado a los burócratas, de haber corrido la "performance" del fuego, la obra entró a la Sala de Situación para dar su testimonio del horror de la guerra, así como ahora esta muestra da testimonio de la belleza que puede encontrarse entre los escombros, o de los dolores más íntimos, de la enfermedad en carne propia –una obra está realizada con las bolsas de goma para agua fría que la artista debe usar después de cada una de las inyecciones a las que debe someterse por su enfermedad–, de la universal soledad.