Liliana Maresca estaba determinada a comerse el universo como si fuera una ostra. Cierta vez, en una de sus tantas libretas personales, escribió: “Ella quiere la torta y la porción y las migas del mantel. Todo quiere la ávida”. Fue esa voracidad insaciable la que la llevó a excavar las entrañas del mundo en busca de algo así como una verdad antropológica: algo que le apaciguara el hambre. Por eso sus obras, arrancadas de raíz, oscilan entre la búsqueda de absolutos y una reconcentración sobre el ser. Y si a primera vista su trabajo parece espasmódico, disperso, es quizás proque nos hemos olvidado de que Liliana Maresca era en sí un sistema de representación, una forma de ver. Una visión que más que representarnos el mundo como si la obra de arte fuera una ventana, nos lo daba, como quien pone algo entre nuestras manos y después se aleja.
La vida de Liliana Maresca ofrece una cantidad infinita de especulaciones románticas: el ama de casa que abandona el confort de un hogar para dedicarse al arte, la bella mujer ante la que todos caen rendidos, la dueña de una intuición superior y la víctima de una muerte joven y trágica. Pero Liliana Maresca existe hoy en términos que jamás imaginó. […]
Liliana Maresca murió joven, a los 43 años, pero sus trabajos tienen la solidez y contundencia de una vida larga. […] Con enorme lucidez. Maresca vio y sufrió la desilusión devastadora que se avecinaba. Y si bien su obra