industrial y al trabajo que generaba. Sin estridencias, sin retórica, con austeridad, Rivas armó un discurso solidario con su clase de origen, con su naturaleza de trabajador, fuera como fotógrafo publicitario o como artista.
Los paisajes urbanos continuaron en los siguientes años y, en la nueva década, se incrementó el clima metafísico: muros cegados, volúmenes prismáticos de edificios impenetrables, fachadas tras las cuales no existen espacios habitables que las justifiquen, escaleras mutiladas que no conducen a ninguna parte. Cada tanto, surge una imagen de Buenos Aires, de sus antiguos barrios portuarios o fabriles, también abandonados y en ruinas, que contienen algo del espíritu que animó en los años 40 los precisos y oníricos paisajes de pintores vinculados a La Boca como Fortunato Lacámera u Onofrio Pacenza.
En ocasiones el Riachuelo devuelve en su reflejo un muro de chapas yuxtapuestas, en otras, la desbordante naturaleza del Tigre se reduce a unos pastizales que envuelven paulatinamente una barcaza abandonada. Mientras, antiguos e italianizantes frentes de casas de bajos desfallecen tanto en Galicia como en la provincia argentina de Corrientes.
Fue época de contraluces y acusados contrastes; el tema quedó sumergido en una penumbra oscura. La iluminación acompañó la desolación que los motivos transmitían: paredes descascaradas, alguna