Hoy, por suerte, la obra de Humberto Rivas está de vuelta en su país, expuesta en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta de la ciudad de Buenos Aires [...]
La última vez que lo vi en Barcelona, Humberto Rivas me invitó a ver una exposición y tomamos café en una vereda. Su mano derecha temblaba un poco, anunciando el principio de la enfermedad que, más tarde, se lo llevaría. Conversamos largo. No hablamos de nuestras fotografías. Sólo del oficio. Le conté mis avatares respecto de los vaivenes del trabajo. Y el maestro de fotografía más importante que tuvo la Argentina después de Annemarie Heinrich y Anatole Saderman me contó que él también tenía baches. Me dijo que los fotógrafos comprometidos con la profesión estamos sometidos a la aparición de una malaria súbita. Que un día somos ricos y otro, parias. [...]
Frente a su obra, desplegada en esta inmensa
muestra, uno puede percibir la soledad y el tiempo infinito. Algo que contradice la supuesta fugacidad de la fotografía y que, en cambio, vuelve perdurables sus obras. La memoria nace con la conciencia del hombre y modela desde entonces un pathos donde conviven diversos escenarios imaginarios. Las fotografías de Humberto Rivas refieren a ese pathos y dibujan esos lugares indescriptibles. Lo curioso es que sus obras lo construyen con la realidad más pura. A la inversa de la imaginación, que edifica realidades a partir de fantasías, las fotografías de Humberto Rivas convierten la realidad ordinaria en ideas. Una fotografía suya de una calle no es la fotografía de una calle, sino una reflexión acerca del materialismo de las ciudades. Los rostros de sus modelos pierden rápidamente sus nombres propios para convertirse en paradigmas de una época. Sus paisajes parecen abandonar su forma física y volverse opiniones.