Fue este un momento fundacional en la trayectoria de Yente que la definió como una creadora original. Sus obras –por vía de la experimentación técnica y formal y aún, abordando más tarde distintas modalidades de la abstracción– constituyeron un decidido aporte para la construcción del arte moderno argentino y latinoamericano. Sin lugar a dudas el ejemplo de Del Prete,
luego de su encuentro en 1935, fue crucial en la decisión de aventurarse por estos senderos. Pero también es cierto que su personalidad, fuera por naturaleza o formación académica –egresó de la carrera de Filosofía en 1932–, era más reflexiva que la de su compañero y sumada a su perspectiva de género, imprimió a su producción características distintivas.
En sus jornadas en el taller que Del Prete ocupaba en la calle Arenales, sin presiones de su parte, poco a poco como ella misma testimonió,
Yente fue adentrándose en la pintura de figuras cada vez más sintéticas –hasta entonces había producido sobre todo dibujos– que independizaron las formas de todo residuo representativo. Por supuesto que este no fue, como casi en ningún artista, un camino lineal que culminó en un arte sin objetos, sino que recorrió un itinerario de búsquedas en el cual la figuración reaparecía allí donde se la creía necesaria.
A partir de 1937 los planos de color se volvieron elementos primordiales que estructuraron sus composiciones. La referencia a lo visto –en