posición en contra de la forma geométrica, del cálculo matemático mental como estructura para la futura obra plástica. Nunca sentí la geometría ni las matemáticas; decididamente no las entiendo. Nunca me han emocionado. No las niego, pero creo en la otra pintura, en la pintura vital, en la pintura grito, en la pintura como una gran aventura de la que podemos salir muertos o heridos pero jamás intactos, algo así como entrar a un gran bosque sin ideas preconcebidas”. Poco después continuó: “Más que ‘pintor’ de mis cuadros, me considero ‘pintado’ por mis cuadros, que muestran mi propia imagen salvaje, siempre torturada, como es la belleza. Pinto porque si no reviento. Reventaría, quizá, por tanto muro, por tanta cárcel inventada. Quiero hacer lo que siento. Lo que nace espontáneamente de mí”.
En octubre 1961, en su última muestra de pinturas en Buenos Aires, que tituló Las monjas, Greco presentó unas obras de concepción informalista-neofigurativa, dramática, con monjas desgarradas, hechas con los materiales más desagradables, con telas pegadas y camisas viejas manchadas. Expuso cinco o seis telas; en el centro de la sala una de las monjas estaba figurada con una camisa sujeta con clavos de herradura al bastidor. La había titulado La monja asesinada.
En esa época Greco ya era un personaje de leyenda. “Lo que Greco significaba –escribió Noé– era la liberación del prejuicio. Por esto sus