Pero para esa fecha ya se advierte un cambio en la concepción de “lo nacional”. Ante la inminencia del primer Centenario de la Revolución de Mayo, se revalorizan fuentes desdeñadas hasta entonces, como las tradiciones hispánicas y las de la cultura indígena, que aparecen con énfasis en la obra de escritores como Ricardo Rojas (La Restauración Nacionalista, 1909; Eurindia, 1924), Leopoldo Lugones (Odas seculares, 1910) o Manuel Gálvez (El solar de la raza, 1913).
En adelante el paisaje, como lugar identitario, es tamizado por la subjetividad del artista, dentro de una concepción que se distancia del positivismo y del materialismo de la generación anterior. Estos nuevos ideales tienen como base un naturalismo de corte espiritualista y de raigambre criollista e hispana. El paisaje sigue siendo un género privilegiado, pero ahora lo es sólo porque puede infundir en el pintor sentimientos con los caracteres dominantes de su raza. Por su parte éste debe lograr ser un “sincero intérprete de la misma”.
Para Manuel Gálvez, si Sívori pinta la pampa, no consigue, sin embargo, develar su misterio ni interpretar su temperamento salvaje, semibárbaro, con el gaucho como uno de sus más singulares representantes. Para el escritor, Malharro sí es capaz de hacerlo superando la visión objetiva de la naturaleza, por ser “fuerte, indomable, inspirado, audaz”.
Malharro coincide con el subjetivismo propuesto por estas opiniones, pero rehúsa cualquier norma que paute la creación artística:
“El día que el Arte fuera encerrado en una fórmula concreta absoluta, tendría una finalidad y en consecuencia desaparecería. Pero mientras la Humanidad se agite, piense y sienta; los dolores y las alegrías se sucedan, existiendo amores y odios, entusiasmos y decepciones, el Arte vivirá sujeto á la variedad constante en sus exponentes positivos, como resumen de aspiraciones colectivas hacia lo infinito dentro de la vida planetaria. [...]
La obra de arte existe desde el momento que bajo el dominio de la Forma se encuentra el signo de lo visible á lo invisible que le da vida y constituye su carácter, y sea respondiendo á una belleza espiritual, una belleza intelectual, una belleza moral ó una belleza física.”
Su pintura y sus búsquedas artísticas están lejos de
La vuelta del malón o las escenas gauchescas de Della Valle, de los paisajes luminaristas de Sívori, de los retratos de Schiaffino, de las escenas costumbristas de Quirós, de los paisajes serranos de Fader, o de la ciudad moderna de Pío Collivadino. Para el artista había que formarse en París, luego volver y recomenzar. Y sintiéndose parte de la historia, encarar la naturaleza, pero atravesada de sus propios pensamientos, deformándola si fuera necesario. Este es su espíritu derivado claramente de su adhesión al anarquismo.
Meses antes expresa su ideario cuando responde al artículo “La evolución del gusto artístico en Buenos Aires”, publicado por Schiaffino en La Nación:
“encontramos en nuestro Museo de Bellas Artes, que tres de sus obras más representativas están encarnadas en los siguientes temas: ‘Sin pan y sin trabajo’, escena italiana de protesta obrera; ‘La sopa de los pobres’, escena de pauperismo italiano; ‘Hora de descanso’, escena obrera de cal y canto en el ambiente italiano. Y si recordamos que Pueyrredón [...] habiendo estudiado en Europa, pinta de vuelta a esta su tierra, inspirándose en sus costumbres y sus glorias militares aún recientes, veremos que el proceso del arte es consecuente y lógico con la psicología colectiva que imprime sus direcciones a la psicología del pintor cuando un país nuevo, sin tradiciones al respecto, encara el problema artístico, y que no se fundamenta con improvisaciones un arte con carácter nacional, tal como hoy parece entenderse al pretender revivir al gaucho, escenas militares y pasajes históricos que más tendrán de convencionalismo que de verdaderamente histórico, estética y científicamente considerados [...] De ahí que afirme que en la evolución estética y artística estamos en pañales.”
Su prosa, irónica y apasionada, propugna un arte nacional tanto como universal, es antipositivista sin abandonar términos como raza, ambiente y evolución, apela a olvidar lo aprendido en Europa y defiende la escuela francesa, es anarquista y nacionalista. En suma, se debate entre las contradicciones de la época porque es un hombre que se compromete enérgicamente con su presente.