De nacimiento oscuro y clandestino, el tango se aloja desde sus inicios en los resquicios de los barrios marginales y, particularmente en la zona portuaria de La Boca, con sede en los “piringundines” de la calle Necochea. Personajes como Angel Villoldo y José Tancredi “trazan los compases de estas cadencias con resabios candomberos”
que con el tiempo irán cobrando carácter propio. Según relata Antonio Bucich, Villoldo tocaba la armónica y la guitarra en la casa de baile que el padre de Juan de Dios Filiberto tenía sobre la calle Necochea y Progreso (hoy Pinzón). Desde allí Filiberto toma contacto tempranamente con el tango para luego convertirse en su ineludible referente. De su autoría será la letra que inmortalice una callejuela del barrio (“Caminito”) y con marcado temperamento, dirá que su música es sobre todo, sentimiento:
“Mi música es muchas cosas juntas, pero sobre todo sentimiento. Claro que en arte no basta sentir, hay que saber expresar. El arte cerebral elaborado en frío, en base de técnicas rígidas y fórmulas hechas, no es de mi cuerda. Para mí la técnica es un medio y no un fin en sí misma. Las técnicas se aprenden pero el fuego sagrado nos tiene que salir de adentro”.
El boquense , quien firma sus primeras composiciones como Filiberti, compone inolvidables tangos que se popularizan en todo el mundo. Además del afamado “Caminito” (1926), cabe mencionar "Quejas de bandoneón", "El pañuelito" (1920) y "Malevaje" (1928).
Carlos Gardel, quien fuera su entrañable amigo, grabó dieciséis temas suyos. Además de los mencionados, "Amigazo", "Clavel del aire", "Compañero", "Cuando llora la milonga", "El besito", "El ramito", "La cartita", "Langosta", "La tacuarita" (zamba), "La vuelta de Rocha", "Mentías" y "Yo te bendigo".
Para sus entendidos y “enamorados”, el tango es mucho más que una música o un baile, es una mágica alquimia de sentimientos, emociones y sensaciones que, especialmente durante los primeros 30 años de existencia, se afirma como la música propia de un ambiente arrabalero y marginal.