Al igual que el barrio que los cobija –incluido en la metrópoli pero con rasgos particulares– la denominación “Artistas de La Boca” encierra las tensiones propias de un panorama estético y social diverso. Si bien es utilizada para designar a un conjunto de pintores y escultores unidos por lazos de amistad en los que es posible entrever el hilo de una determinada poética, éstos no conforman una agrupación homogénea ni desarrollan su producción en forma programática.
El haber pintado el barrio o habitado en él, son condiciones necesarias pero no suficientes para ser considerado un “artista de La Boca”. La palabra “pintoresco”, utilizada en ocasiones por la crítica para calificar algunas de las producciones de los artistas boquenses, puede aportar una clave. Empleada originalmente para designar un determinado abordaje hacia el paisaje, tanto real como pictórico, conlleva también una valoración peyorativa, en tanto involucra lo popular o peculiar como aquello que “complace al ojo”,
e incluso lo que roza lo estrafalario.
No obstante, las imágenes producidas por estos artistas son las de su entorno cotidiano y, si resultan peculiares o extravagantes, lo son para “el otro”, para aquel que no comparte el escenario donde se desarrollan sus vidas, teñidas por el desgarramiento de la inmigración –experimentado en carne propia o heredado de sus ancestros– y por el deseo de autoafirmación en una patria que los acoge pero que también los diferencia por su origen.
De todas maneras es posible encontrar algunas predominancias estilísticas. Por un lado, los rasgos de un expresionismo cuyas aristas serán suavizadas por un romanticismo nostálgico, y por otro, la espartana depuración de la realidad, tributaria del residuo metafísico de los artistas del Novecento italiano, cuya modernidad reconciliada con la tradición, tanto gravitara en nuestro medio.
Otra de las claves se encuentra en la identidad de un barrio que se constituye en torno a la inmigración genovesa, identidad que se trasunta en valores culturales e ideológicos de fuerte contenido solidario, que se expresa en un poderoso espíritu mutualista, a través de asociaciones de toda índole que incluyen, en un mismo nivel, lo social, lo cultural y lo asistencial.
Estas características, que hacen a la conformación de la imagen del barrio de La Boca como epifenómeno de la inmigración y sus circunstancias, se disuelven hacia 1960. No obstante, artistas contemporáneos como Rómulo Macció, siguen pintando el paisaje boquense, en el cual aparece la “Bombonera” –mítico estadio del Club Boca Juniors– transformada en emblema de una pasión nacional y por sobre todo los barcos, que continúan alimentando la imaginación nómada de los argentinos.
El propio Macció, en 1997, realiza alrededor de la cancha de Boca, varios paneles que conmemoran las celebraciones del barrio. Entre ellos se destacan: “el panel del bombero y la sirena de mar”, en honor a la sede de la Sociedad de Bomberos Voluntarios de la Boca; “el panel de los artistas y amigos de Quinquela Martín”, en alusión a los banquetes organizados en su taller, los domingos desde 1948 hasta 1972; “el panel la Loba y los mellizos Rómulo y Remo”, representando a los inmigrantes italianos que llegaron a tierra americana; y “el panel de la bandera en azul y oro del equipo de fútbol Boca” que, según la leyenda, tomara estos colores de la enseña sueca que enarbolaba un barco entrando a puerto.
La Boca del Riachuelo es hoy un reservorio patrimonial de Buenos Aires de perfiles propios por su geografía, su historia, su cultura y su idiosincrasia, delineados por aquellos que han nacido en ella o la han habitado con la iniciativa comprensiva de distinguirla simplemente por lo que es. En este sentido, los artistas han aportado su creatividad y poesía, otorgando intensidad espiritual a lo que pudiera ser un paisaje meramente pintoresco o simplemente turístico.