Pero para 1977, la situación es distinta y el eje de las confrontaciones, decididamente estético, cuando no personalista. Tras décadas de un mismo formato, se decide cambiar el criterio y no montar la exposición en base a envíos nacionales, sino a propuestas temáticas. El Concejo de Arte, manejándose de modo autónomo, dispone organizar la Bienal en tres sectores principales:
Proposición contemporánea,
Exposiciones antológicas y
Grandes confrontaciones. Las muestras antológicas incluyen, entre otros artistas, las del brasileño Lasar Segall y el estadounidense Alfred Jensen, más una muestra peruana de arte popular clásico y actual. La más importante de todas es la retrospectiva del mejicano Rufino Tamayo, que ocupa una parte sustancial del espacio. Las
Grandes confrontaciones, entendidas desde la curaduría como la presencia de dos o más visiones estéticas contrapuestas dentro de un mismo marco cultural o país, reciben los envíos de Italia, Yugoslavia y Marruecos.
Proposición contemporánea es el sector de competencia, dividido a su vez en siete ejes:
Arqueologías de lo urbano,
Recuperación del paisaje,
Arte catastrófico,
Video arte,
Poesía espacial,
El muro como soporte de obras y
Arte no catalogado. A este último sector, los curadores lo definen como el lugar para “investigadores de proyectos aún no clasificados por el consumo ni cosificados por la crítica. Eventualmente los que adhieran, a partir de la XIV Bienal serán reconocidos dentro del ‘sistema del arte’, pasando a tener nueva identidad.”
Es a esta sección a la que el grupo del CAyC hace su envío. Liderados por Glusberg se presentan de modo particular, sin ningún apoyo oficial, manteniendo aún la denominación “Grupo de los Trece” más allá de que esta vez exponen sólo diez de ellos. El conjunto es presentado bajo el título
Signos en ecosistemas artificiales y ocupa 800 m2 del segundo piso del Pabellón de la Bienal. En verdad se trata de propuestas diferentes y autónomas, enlazadas por la perspectiva teórica de Glusberg, quien incluye su texto curatorial como una más de las obras del conjunto. Allí se plantea como noción central la imposibilidad de diferenciar, desde un punto de vista semiótico, objetos naturales de objetos artificiales. Los objetos artificiales, los productos de la técnica que nos rodean, se han vuelto “naturales”, parte constitutiva de nuestro hábitat. Por otra parte, en tanto que significante para el hombre, todo objeto posible deja de ser natural para volverse signo. Y el papel del arte es representar esas interacciones de acuerdo a la época que le toca vivir, con los materiales pertinentes a ese tiempo; subrayando que, en verdad, “el medio no es el mensaje” ya que el arte está llamado a sobrepasar al medio en el que se expresa.