Si hace un siglo el pintor Horacio Vernet se vanagloriaba de ser Horacio Vernet, no sucede lo mismo con sus descendientes y fieles continuadores de hoy, quienes no se resignan a ser juzgados por lo que son. La altivez reaccionaria de Bouguereau, que asombraba a Cézanne, ha sido reemplazada en nuestros días por un reaccionarismo vergonzante –menos insolente, pero más pernicioso–, que trata, por todos los medios, de mostrarse vinculado a las mejores y más populares ideas de nuestro tiempo. En efecto, la reacción artística burguesa pretende ser hoy realista, humanista y revolucionaria. Explotando el milenario error interpretativo –acentuado del Renacimiento acá y muy especialmente después de Courbet– de juzgar que una pintura cuanto más imitativa es más realista y que el verismo representativo está más cerca del humanismo que cualquier otra tendencia, los reaccionarios exhiben, como novedad, las todavía insepultas modalidades formales de las academias burguesas; modalidades formales que ellos rotulan “realistas” y que, en última instancia, sólo constituyen el trasunto artístico de su concepción burguesa, idealista, de la realidad.
“Este perro no es real sino pintado”, exclama Petronio ante un fresco romano que representa a ese animal.
El arte representativo no es realista; no puede serlo nunca: sólo crea fantasmas de cosas. Para nosotros, marxistas, real es lo que la acción, la práctica, puede verificar. “El éxito de nuestros actos –ha escrito Engels–, demuestra la correspondencia de nuestra percepción con la naturaleza objetiva, con las cosas percibidas”. Una representación gráfica, mecánica (fotografía), o manualmente ejecutada (que puede ser un medio de conocimiento), es una ilusión, un simulacro de conocimiento. Una representación gráfica es la estatización abstracta de un solo momento del proceso conognoscente [sic], nunca el conocimiento mismo. Pretender esto último, es descender a Berkeley.
La representación gráfica manualmente ejecutada, de técnica revolucionaria y socialmente necesaria, ha pasado a ser, después de la fotografía, idealismo filosófico. O mejor aún: una de las tantas manías filosóficas de la burguesía, como el agnosticismo, el solipsismo o el existencialismo.
La imaginación puede ser sistemáticamente defraudada sin que el hombre sucumba; el conocimiento, no. Ni aún una supuesta belleza representativa podría justificar una traición al conocimiento.
Lo fundamental es la práctica, pues sólo ella potencia para la acción, CONOCER efectivamente un objeto implica una ilimitada alegría para el hombre, una afirmación de su poder.
No puede ser humanista, por ende, una actividad que debilite al hombre; que lo lleve a desconfiar de su propio poder de conocimiento y acción.
La reacción tiene también sus teóricos; estamos al tanto de su lenguaje: aptitudes mediúmnicas, intuición reveladora, fenómeno y cosa en sí... “Historias de aparecidos” llamaba Lenin a consideraciones de este tipo; “historias de aparecidos” como el arte mismo que pretenden defender.
El arte concreto será el arte socialista del futuro.
El arte concreto es un arte de INVENCIÓN.
El arte concreto es práctica. La conciencia proviene del mundo pero también opera sobre él, INVENTA. Inventar, no en el sentido de Bergson, sino en el de Marx, es decir, PRACTICA, TRABAJO.
Nuestro arte no desemboca en la humillación, en el escepticismo, o en la melancolía.
Sabemos quiénes están contra nosotros; y nos alegra.
Están contra nosotros los neo realistas muralistas (la burguesía quiere tener su Laocoonte); están los lotheistas, demagogos de la modernidad; están los pintores de “grises muy finos”; están los líricos que descubren el “alto valor sentimental de un caballo pastando” o el “profundo contenido de ciertas miradas”; están, finalmente, los gordezuelos angustiados de la Secretaría de Cultura, trepadores de la culpa cristiana, que odian nuestro arte por jubiloso, claro y constructivo.
Con nosotros, en cambio, está lo mejor y menos contaminado de las nuevas promociones de artistas...
El arte concreto es el único arte realista, humanista y revolucionario.