El arte concreto constituye la culminación de un proceso estético, iniciado en la segunda mitad del siglo anterior, bajo la influencia de las nuevas condiciones sociales y técnicas determinadas por la revolución industrial. En el curso de ese proceso, la obra de arte se ha ido cumpliendo a través de un alejamiento, cada vez mayor, de lo que el público generalmente ha entendido y entiende por realidad. Pero esta característica –común a la mayoría de los movimientos llamados modernos–, lejos de implicar una negación de los valores humanos y estéticos, ha hecho posible, en la práctica, la más rotunda afirmación de la capacidad inventiva del hombre.
Los artistas concretos han tomado conciencia de este proceso y han proclamado una estética, según la cual el valor de una obra depende, exclusivamente, de la invención de sus relaciones internas, y no de una anécdota representada. Es decir, que niegan el valor estético de las ilusiones, en que se basa la técnica representativa, y exaltan las funciones específicas de la obra de arte, antiguamente colocadas al servicio de la copia o la descripción.
La obra adquiere así una realidad indiscutible. Constituye una materia real de conocimiento o de experiencia directa para el hombre, y no un sistema de engaños surgido de su miedo. Los nuevos artistas transforman, de este modo, cada obra en un activo factor revolucionario, enderezado a adecuar el campo de la sensibilidad humana para el ejercicio de nuevas facultades. Es decir, que por primera vez el artista concreto se propone, conscientemente, hacer de la obra una forma de la práctica humana.
En el nuevo arte, la pintura, la música o el poema han dejado de ser parásitos de lo esotérico o lo desconocido. Esa exaltación permanente, que el artista representativo pedía en vano al misterio o a la imagen ilusoria, es en el invencionismo función de las virtudes estéticas concretas de la obra. Por lo tanto, el arte concreto ha convertido lo maravilloso en una realidad cotidiana, en una experiencia habitual del hombre.
Los pintores concretos se han propuesto en sus obras no sólo afirmar la realidad material de las zonas coplanarias, su bidimensionalidad, sino también inventar totalmente las pinturas, para lograr de ese modo una estructura integral.
En el arte de espacio, la milenaria estructura escultórica, basada en el equilibrio de volúmenes, ha sido reemplazada por la relación invencionista de las direcciones de profundidad.
En la música, las formas antiguas han cedido el lugar a una composición puramente elementarista, liberada de los ancestrales resabios representativos.
En la poesía, el concepto inventado, en oposición a la imagen descriptiva, tiende a hacer de cada poema, no ya una enunciación de objetos, sino una forma de elevada experiencia mental.