Es como es vista y es vista como es, mientras que en la pintura representativa las cosas sólo aparecen como son. Es eliminada así la contradicción entre el ser y el ser visto. El mundo óptico del hombre, que éste aplica a las cosas para ser vistas, es ahora concretado en un objeto físico por el color y la forma, materias de la visión, mientras que antes se pretendía, mediante todo un procedimiento técnico, que las leyes ópticas aceptaran la apariencia en que había sido convertido el mundo físico.
Estos resultados fueron alcanzados por Raúl Lozza luego de un proceso evolutivo impulsado por la práctica pictórica y por las investigaciones teóricas que, como hemos dicho, convergen en el mismo punto.
Las formas-colores no son aisladas en un mundo ideal o ajeno al circundante sino que están en nuestro ambiente real y cotidiano, constituyendo un mundo plano creado dentro de un mundo volumétrico común, del cual no es necesario desprenderse para captarlo. Correlativamente el sujeto contemplador no se “aísla” de su realidad cotidiana y tampoco deja en suspenso su personalidad, puesto que las sensaciones aportadas por el nuevo arte se incorporan normalmente a su corriente psíquica, mientras que en el arte representativo desintegraban la persona del sujeto para integrar en él la individualidad del autor, constituyendo un elemento disolvente. Esto se produce dado que la pintura figurativa ofrece una estructura cuya apariencia volumétrica es incompatible con el ambiente tridimensional del espectador, mientras que las formas perceptistas entran como planos dentro de la realidad volumétrica que lo circunda, de modo que el sujeto se sitúa frente a la pintura con toda su actualidad, que era absorbida por la pintura representativa. El arte representativo aísla al espectador y desintegra su personalidad. Frente al influjo absorbente de la pintura figurativa, el perceptismo es sólo un objeto más entre los objetos que rodean la vida del hombre. No exige de la psique que lo percibe la interrupción de su marcha natural por el camino que constituye la vida real. No desorganiza sus elementos encajándolos en una disposición exigida por las sensaciones pictóricas representativas para que su timbre afectivo repercuta tal como se dio en el espíritu del autor. El perceptismo vibra en el espectador respetando la corriente de su dinamismo psíquico, sin avasallar su personalidad, y se incorpora por el ojo a las vías fisiológicas llevando armonía y equilibrio al organismo humano y a su concomitante psíquico; el complejo de sentimientos, ideas y voliciones que constituyen la actualidad del espectador no son rechazadas por una representación impuesta, sino que reciben el influjo de ese equilibrio que los eleva y los perfecciona. El contenido del arte figurativo es una emoción que desplaza del espectador sus propias emociones. El contenido del arte perceptista son los mismos sentimientos del espectador que reciben del objeto de arte la fuerza que los penetrará de plenitud y optimismo, cumpliendo su cometido de perfeccionamiento humano.
Por eso el arte perceptista no es un arte de museo, lugar donde el hombre va, según un horario fijo, a buscar su ración de sentimientos estéticos, sino que es un arte de “ambiente” que debe acompañar al hombre en su centro cotidiano; en el hogar, en los edificios públicos y privados, en los medios de transporte, en las oficinas, en los talleres y calles, porque debe alcanzar al hombre en la manifestación de su realidad y no en el caño de escape que es una sala de museo*.
* Del libro en prensa “El hombre actual y la realidad estética”.