Ante la decadencia y el espíritu negativo que involucra ya todo el mundo de la representación y de la interpretación en el arte figurativo, el perceptismo impone al observador una actitud dinámica hacia la acción y exaltación de su propia facultad activa, crea nuevas condiciones para la visión y la emoción estética, superando en el acto de la contemplación artística el viejo proceso temporal impuesto a la percepción visual, el que entraña el sojuzgamiento tanto de la facultad creadora del hombre como de los planos y de las relaciones en la realidad misma del arte.
Ya en mi libro sobre el color señalo que, para un arte de espacio, es preciso exaltar objetivamente la sensación de la percepción visual mediante la estructura de la materia perceptiva. Consiste en lograr, a través del conocimiento que nos facilita tanto la totalidad de nuestras sensaciones como nuestro poder mental, una objetividad visual.
En la pintura figurativa, los medios visibles que condicionan la estructura no se sustentan en las propias cualidades del color y de la forma, sino que el objeto representado, su tridimensionalidad conocida por nuestra experiencia general, juega como peso y equilibrio.
Por esa causa, el arte, a medida que se abstraía de representar los objetos conocidos del mundo que nos rodea, afrontaba un nuevo problema arrimando esos elementos materiales de la pintura mediante una intuición de sus valores.
El perceptismo supera esa etapa intuitiva existente aún en la pintura abstracta y concreta, y suprime el dualismo entre color y forma. Al revolucionar las viejas normas, crea un nuevo concepto realista de estructura funcional; al superar la vieja contradicción de forma y contenido, recurre al método dialéctico que reconoce el propio proceso de elementos materiales.
Los idealistas se han empeñado en unificar la forma y el contenido en el arte figurativo, sin superar las formas representativas, el símbolo o la anécdota plástica expresada sobre un fondo plástico. Pero no han logrado conciliar lo inconciliable. En mi concepto y práctica del arte, forma y contenido constituyen un solo hecho real, indivisible, dado por la materia artística visible en su proceso mismo de creación e invención.
Un arte de imitación, y no de transformación, no merece ya llamarse arte.
El perceptismo no se complementa con el medio, sino que impulsa su desarrollo. No es producto del medio, sino que está condicionado por su potencia renovadora.
Con el nuevo concepto de estructura y la medida de percepción de los valores plásticos de relaciones, no he descubierto la piedra filosofal del arte, sino que todo ello significa la realidad práctica de una filosofía objetiva y materialista de la estética. La técnica, consustanciada al mismo proceso de creación del objeto estético, ha dejado de constituir una norma rígida, abstracta y purista, al margen de un supuesto contenido, para involucrar toda una actitud y todo un proceso de conciencia creadora.
Por esa causa, no es el refugio de la pintura en un idealismo geométrico y matemático, sino la integridad a su realidad histórica y a la naturaleza inequívoca, inconfundible, de su función social, como hecho revolucionario y como proceso dialéctico de elementos materiales de creación.
El perceptismo no es un arte improvisado y de imaginación, sino de conocimiento, pues la imagen también es un objeto, cuya objetivación plástica significaría una representación. Superando todo resabio prehistórico, la nueva pintura se afirma tanto contra el academismo como contra los nuevos académicos neo-realistas.
Contra el purismo platónico que acentúa la superficialidad e improvisación de una pintura metafísica basada erróneamente en elementos geométricos y matemáticos. Contra los snobs que se congregan como parásitos en torno a un arte paranoico, intimista y de salón que los sustenta.
Contra todo resabio de interpretación individualista, cuyo resultado visible de mediocridad y decadencia marca el fin de la era representativa.
La pintura, como todo arte, ha de obedecer a una estructura. Pero ésta ya no podrá reducirse al superficial acondicionamiento de imágenes o signos, sino que ha de constituir el producto mismo de un proceso, el de la propia materia visible y conocida en la práctica como realidad.
La sola actitud, en el arte, es una paradoja. Ella es ajena a toda transformación, a toda revolución en el campo práctico de la creación y de la invención artística, porque carece de estructura objetiva. En la actividad espiritual, la sola actitud constituye un sofisma; pone de manifiesto la impotencia del intelectual que elude una posición concreta en un medio socialmente revolucionario.
Así, el perceptismo se manifiesta como la etapa superior y más avanzada de la pintura. Inaugura una nueva era en el arte, y difiere de las demás escuelas abstractas y concretas en el hecho fundamental de haber logrado por vez primera la realidad del plano-color, un nuevo concepto de estructura consustanciado con el proceso práctico de los medios visibles de creación, y la superación de las contradicciones entre forma y contenido, razón de ser del arte representativo y pesadilla del arte abstracto.