Durante estos años y hasta la actualidad elabora gran cantidad de dibujos realizados en tinta, lápiz y, algunos pocos, en sanguina. Continúa en ellos la iconografía fantástica de las esculturas exhibidas en 1990, quizás más libre, por la rapidez de la técnica pero conserva igual minuciosidad. Extrema los desbordes de lo imaginario donde fragmentos de hombres, animales y objetos se ensamblan para configurar una nueva realidad, agitada por la locura de la pasión o un humor grotesco. Imágenes manieristas, emergentes de alguna pesadilla, de un cuento maravilloso o simplemente de un repertorio antiguo de inciertos modelos acumulados, constituyen una galería de escenas que parecen insinuar una narración siempre abierta, inconclusa, inquietante por el tufillo a realidad inmediata a la que parecen aludir, a la que al mismo tiempo –acicateando la imaginación– tratan de sobrepasar.
La Fundación Konex de la Argentina lo selecciona como una de las cien mejores figuras de las artes visuales argentinas de la última década, destacando su labor como escultor en el quinquenio 1987-1991.