Presenta en una muestra individual en la Galería Ruth Benzacar sus trabajos en yeso. Allí exhibe nuevamente su “autorretrato de manos” de 1987, que inicia esta serie. En el resto de las esculturas, predominantemente frontales y policromadas con óleo, desarrolla una imaginería fantástica de personajes desorbitados y animales, donde se combinan caballos, aves de rapiña y cuerpos humanos que, a veces, tienen partes mutiladas que se completan con ruedas o mecanismos de madera a modo de prótesis. Estos personajes –que se debaten entre la perversidad y el ridículo–, se insertan en fragmentos de una arquitectura de ornatos propios del estilo ecléctico de las construcciones de Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX. Dichas composiciones incluyen elementos emblemáticos que, en extraña combinación, figuran ambición de poder, de gloria o pasión desmesurada, contradichos por la grotesca actitud de sus portadores, impregnados de un tono que fluctúa entre el delirio, la estolidez o la malignidad.