muy buena acogida y logra una buena interpretación en cuanto al uso de un material como el bronce tan ligado a la escultura académica. Precisamente la mayoría de las piezas presentadas hacen un uso paródico de la técnica, parafraseando en clave sarcástica aquello que merece “estar en el bronce” o que “le levanten un monumento”.
El trabajo de Gómez se particulariza por reflexionar sobre la memoria de una manera crítica y ahora pone en tela de juicio la vigencia del “heroísmo” y echa una mirada irónica, cargada de humor corrosivo, sobre la escultura conmemorativa y los “personajes” con los que, una historia menos idealista y conciente de la reincidencia en sus desaguisados, se las tendría que ver. Al respecto Marcelo Pacheco escribe en el catálogo que las obras de Gómez son:
“Objetos que nos miran. Fragmentos que buscan un lugar. Ambigüedades en restos de columnas, escaleras, torres y puentes. Espacios y misterios que se deslizan entre lo bizarro y lo absurdo, entre la locura y la escenografía. [...] Son escenarios y maquinarias de tramoya, absurdas construcciones que abren un espacio incómodo (por sus asperezas y similitudes). Retórica del monumento y sintaxis de lo monumental que Gómez aborda, una y otra vez, desde sus osarios y yacimientos de los años 70 hasta sus yeserías góticas de fines de los '80, pasando por sus artefactos rituales de hace 15 años. Monumentos que invierten las superficies