Lo primero que se ve al entrar a la exhibición de arte latinoamericano en el ICA es una máquina de escribir en llamas. Es un tributo a un amigo muerto, el asesinado director de un periódico, ofrecido por el artista argentino Leopoldo Maler. Maler vivió por varios años en Londres, regresando luego a Buenos Aires. La gran urgencia que expresa su trabajo refleja el tipo de presiones que sufren los artistas latinoamericanos. La urgencia de esta edición, la libertad de prensa, todo esto salta a luz con la noticia del cierre por parte de las autoridades uruguayas del más famoso semanario del continente, la revista Marcha.
Durante la Semana Latinoamericana en el ICA tuvieron lugar una serie de conferencias, simposiums, encuentros, actuaciones y conciertos en torno a la exposición. El show y los eventos relacionados a él fueron organizados por Jorge Glusberg, director de una de las pocas plataformas públicas para artistas en América Latina, el CAYC (Centro de Arte y Comunicación) de Buenos Aires. La muestra de Londres representa uno de los pasos de una gira europea que comenzó en Amberes y Bruselas y terminará en París. Es un intento de dar al público europeo una idea de las actividades de una generación de artistas enfrentados a una tarea sobremanera compleja.
La lista de dificultades es casi interminable. En primer lugar está la situación política en que casi todos estos artistas trabajan, un clima en el que todo tipo de libertad está constantemente amenazada. En segundo lugar está la cuestión de la cultura del Tercer Mundo en general: cómo puede un artista de cualquier tipo hacer un arte que no se vuelva impotente o servil por su deuda con el viejo mundo.
En realidad el catálogo de Glusberg hace más hincapíe [sic] en este aspecto que en cualquier otro. “El; arte nuevo”, escribe, “intenta romper la dominación ideológica de los países que detentan el poder y la riqueza”. Esto lleva, en arte, a otro desafío: la búsqueda de un medio de comunicación independiente de la “lectura occidental de la historia”, siendo al mismo tiempo comprensible.
Debemos acotar aquí que el artista latinoamericano, aunque ubicado en una postura extrema, no está solo en sus dificultades. En todas partes los artistas preocupados por alcanzar una mayor audiencia de manera significativa se enfrentan con problemas de plataforma y de comprensión. La diferencia entre teoría y práctica, entre intención y resultado, varía sólo en un grado de un lugar a otro. Pero hay algo que distingue de manera positiva al artista latinoamericano, y es que recientemente el arte ha sido considerado parte esencial del proceso de cambio político y social en Cuba y, aunque brevemente en Chile.
En este tipo de situación, el rol del artista sufre de todos modos un cambio. Hay un cambio de posición desde la de desafío al viejo orden a la de colaborador para el nuevo. Pero aún entonces no se apela a todas sus potencialidades. Si bien el arte puede ir desde la propaganda directa a la visión distante, lo aceptable es siempre lo primero, y porque los artistas siguen aceptando su rol tradicional como decoradores, se convierten con demasiada facilidad todavía en “bufones del rey”.
Pero no hay bufonadas en los artistas de esta muestra, y ningún ojo benigno las aplaudiría. Los temas que se transmiten son la muerte y el horror, y al menos uno de ellos considera esto como una barrera para la efectividad. Guillermo Deisler, un chileno, escribe: “El horror del que está imbuído [sic] el arte de nuestra cultura, en el sentido de una tragedia semi-histórica, sólo ha servido para retardar la acción del arte sobre el medio. El arte es algo que puede hacer cualquiera y no algo que hacen los artistas”.
Pero generalmente los artistas, dominados aparentemente por sus dificultades, caen en dos roles posibles. O reflejan o simbolizan los acontecimientos políticos que los rodean, o diseñan proyectos para el futuro, aunque éstos últimos tienden a ser ecológicos antes que políticos.
La exhibición es rica en símbolos políticos: la máquina de escribir en llamas de Maler por la supresión de la prensa, los cerdos (fascistas) de Jacques Bedel corriendo hacia la muerte, las bolsas de trigo argentino para exportación de Vicente Marotta por el continuo despojo de la riqueza de un país. Hay mapas abundantemente censurados del continente, diseños formados de cuerpos muertos, comentarios sobre la ayuda extranjera y su motivación; difícilmente exista una injusticia que no se mencione de algún modo. Lo grave de este tipo de arte es que el espectador se acostumbra a él rápidamente. Símbolos y analogías pierden su impacto o su capacidad de hacer pensar, como las imágenes de violencia que día a día se tornan más remotas sobre la pantalla del televisor.
Esto es lo que Mayakovsky (y lamento tener que citar una referencia occidental) quiso decir cuando escribía que “el arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo para moldearlo”. La otra tendencia fundamental de estos artistas se refiere en particular a esta aspiración, y ellos la ven más como una contribución a una revolución cultural que como un cambio estético. Muchos de ellos proponen modelos de uno u otro tipo, y el eco-sistema alternativo latinoamericano del tipo propuesto por Luis Benedit se ha transformado en un fenómeno apreciable a lo largo de la última década. Antes de esto había entre la vieja generación de kineticistas latinoamericanos un compromiso paralelo, aunque la pretendida aplicación social de sus modelos estéticos era aún más vaga.
El papel futuro de la tecnología en el Tercer Mundo es obviamente de crucial importancia. Los artistas están comprometidos en tres aspectos fundamentales de esta tecnología del futuro: la necesidad de controlarla, la necesidad de demistificarla y la necesidad de explorar sus posibilidades constructivas. Abundan las imágenes – positivas o no – tecnológicas, tomando la forma de ratas en un laberinto, plantas creciendo en condiciones artificiales, o el potencial eléctrico de la papa común para producir energía. Puede muy bien ser éste el medio más efectivo que tiene el artista latinoamericano para sacudirse la influencia del arte occidental.