“De mis comienzos en la pintura, durante los años del Ver y Estimar, no quedó ningún trabajo. Quizás exista un cuadro o dos extraviados en casa de algún amigo. Años después, en un acto de piedad, y también de soberbia, quemé esas obras.
Para nosotros, los que nos iniciábamos, el premio Ver y Estimar era muy estimulante, nos permitía mostrar nuestros intentos en un lugar adecuado y con el prestigio de haber sido seleccionados por un grupo de reconocida trayectoria.
[...] En esos ámbitos tan especiales, tradicionalmente reservados a los artistas consagrados, la irrupción de artistas jóvenes con distintas propuestas, [...] balbuceantes aún, creaba un clima de efervescencia, al que el público respondía con creces.
[...] Para nosotros la labor de Ver y Estimar fue de vital importancia. Nos mostró con coraje y sin prejuicios: nos estimuló en nuestros comienzos y nos desalentó (a los que no recibimos premios) y en ese caso el desaliento contó tanto como el estímulo porque también sirvió para mostrarnos el camino. Puso a prueba nuestra necesidad de dedicarnos al arte en un medio sin excesivas posibilidades pero donde siempre quedaba, no obstante, a la medida de nuestro esfuerzo y nuestro talento, el espacio generoso del ver y Estimar, y, a partir de aquí, la aventura comenzaba”.