señalan su relación con el campo y suscitan un comentario de Eva Giberti, que señala a Distéfano la vinculación simbólica de esta planta con lo que perdura, lo que no muere. Desde entonces el artista la ha usado en varias de sus obras –Figura con cardos, Encardado (1984), En diagonal (1986), Arrodillada (1987)– como una especie de signo metafórico de supervivencia, tal vez de los ideales o el espíritu que habitaban los cuerpos caídos, a los que generalmente acompañan. Por otro lado funcionan como indicios de los paisajes desolados en los que han sido abandonados.
Excepto El baño y El orejón cae siempre parado, que trasuntan un fino e irónico humor, el resto del conjunto pone de manifiesto, sin eufemismos, el intenso dramatismo de la época –la dictadura militar había derrocado al gobierno peronista en marzo e imponía el terrorismo de Estado–, donde los ciudadanos parecen no valer nada frente a un poder que no duda en torturar, matar y hacer desaparecer a sus víctimas. En la exposición también se incluyen dibujos entre los cuales, dos