Alberto Greco
Afiche para Las monjas 1961
Alberto Greco
Primera exposición de arte Vivo-Dito, 1962
Alberto Greco
Vivo-Dito
Roma, 1962
Alberto Greco
Vivo-Dito
Madrid, 1963
Alberto Greco
Autorretrato Vivo-Dito
Piedralaves, 1963
Revista Primera Plana
Fotografía del Vivo-Dito
Mi Madrid Querido
Buenos Aires, 1964
Como en otras latitudes del mundo, el informalismo fue una puerta hacia el arte de acción en la Argentina. Lo pone de manifiesto el hecho de que dos de sus iniciadores más destacados en nuestro país provengan de sus filas: Alberto Greco y Marta Minujín.
Aunque sus trabajos en el marco del Movimiento Informalista Argentino
pueden comprenderse perfectamente dentro de esta corriente estética, cuando Alberto Greco presenta un tronco quemado y dos trapos de piso enmarcados en el
VI Salón de Arte Nuevo (Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, 1960), su obra toma otro rumbo. Lo mismo sucede cuando exhibe una camisa manchada de pintura con el título de
La monja asesinada en la Galería Pizarro (1961). En ambos casos, el artista está menos interesado en problemas formales y de composición, que en trascender los márgenes que separan a los objetos artísticos de los extra-artísticos. Con este gesto sigue los pasos del
readymade duchampiano,
quizás sin proponérselo, pero comprendiendo que ese es el camino a seguir para reconectar a la práctica artística con la vida cotidiana. De aquí a sus
Vivo Dito hay sólo un paso.
En los albores de 1962, participa de la exposición
Curatella Manes y treinta artistas de la nueva generación, organizada por Germaine Derbecq en la Galería Creuze de París. Allí presenta su primera obra de arte vivo,
30 ratones de la nueva generación, que consiste en una caja de cristal con treinta ratones vivos en su interior.
Poco después, en esa misma ciudad, comienza sus famosos
vivo-dito, acciones en las que señala a personas, objetos o situaciones, transformando un fragmento de vida en obra artística por la simple mediación de su voluntad selectora. Como sostiene Luis Felipe Noé: “La obra ya estaba hecha: había que dejarla allí donde se encontraba. Él, simplemente, la reconocía”.
El 12 de marzo realiza la Primera Exposición de Arte Vivo en las calles de París; allí rodea al artista Alberto Heredia con un círculo de tiza. Al día siguiente se presenta como hombre-sándwich en la inauguración de la exposición Antagonismos 2: el objeto en el Museo de Arte Decorativo de París, portando un cartel que dice “Alberto Greco. Obra fuera de catálogo”. Estas acciones, en apariencia espontáneas, forman en realidad parte de un programa que queda establecido en el Manifiesto Dito del Arte Vivo que redacta en Génova en junio de ese mismo año. Allí declara
“El arte vivo es la aventura de lo real. El artista enseñará a ver no con el cuadro sino con el dedo. Enseñará a ver nuevamente aquello que sucede en la calle. El arte vivo busca el objeto pero al objeto encontrado lo deja en su lugar, no lo transforma, no lo «mejora», no lo lleva a la galería de arte… Debemos entrar en contacto con los elementos vivos de nuestra realidad. Movimiento, tiempo, gente, conversaciones, olores, rumores, lugares, situaciones”.
Este programa estético rechaza los ámbitos institucionales para abocarse a un redescubrimiento de la vida. Por este motivo, sus acciones posteriores tendrán lugar principalmente fuera de esos espacios. Luego del escándalo suscitado por la obra
Cristo 63 (1963),
realizada en el Teatro Laboratorio de Roma junto a Carmelo Bene y Giuseppe Lenti, y por el cual es expulsado de Italia, Greco se traslada a España, donde continúa con sus señalamientos en Madrid y Piedralaves. En esta última ciudad redacta el
Manifiesto-Rollo del Arte-Dito, una tira de papel de más de doscientos metros en la que reúne reflexiones sobre el
vivo-dito, recuerdos de infancia, noticias periodísticas y letras de tango, entre otros escritos.
Un año después, al regresar a Buenos Aires, realiza el espectáculo
vivo-dito,
Mi Madrid querido (Galería Bonino, 1964), junto al bailarín español Antonio Gades y con presentación de Jorge Romero Brest. En él, se presenta vestido con uniforme, reparte claveles y banderines de Palito Ortega entre el público, lee un manifiesto, se desplaza con Gades y los visitantes hasta la Plaza San Martín al ritmo de la Marcha de San Lorenzo, y pinta en público.
Su estructura (collage de situaciones) y la participación del público lo convierten en uno de los primeros
happenings realizados en Buenos Aires, cuando todavía no se habla de este género en nuestro país.